Montañas al norte de Vietnam, frontera con China.
Amanece en Sapa, y desde la ventana de la habitación, veo que una densa niebla envuelve a esta pequeña población de las montañas vietnamitas; ¿será que se va a fastidiar el día?
Después de un copioso desayuno en el mismo hotel, (es con desayuno incluido y hay que aprovechar) me dispongo a descubrir, mediante un largo paseo, un poco de lo que estas montañas esconden.
En la recepción del hotel ya me ofrecen una guía, por 45 dólares, ufffff, o me estoy haciendo viejo, o me ven cara de turista con posibles. En la puerta del hotel, varias mujeres h´mongs vestidas con sus trajes étnicos, se pelean por ganar posiciones, son las guías de los 45 dólares. Los turistas deben escasear por esta época del año, y conseguir los primeros puestos a la puerta del hotel, marca la diferencia entre poder trabajar y ganar unos dólares, o volver a casa con las manos vacías.
Nuestras protagonistas. © mielarlanza.com
Y bien digo unos dólares, porque de los 45 dólares que me pedían en el hotel, no creo que reciban ni 10 dólares por el trabajo de aguantarme todo el día. En fin, uno ya está muy viajado para aguantar estos atropellos, y con una sonrisa le digo a la recepcionista que quizá otro día.
Salgo del hotel sin saber muy bien que hacer. El día anterior, había visto un mercado cerca del hotel, donde había mucha gente de la etnia h´mongs, pensaba que quizá allí podía encontrar alguna persona que me hiciera de guía, por un precio un poco más razonable. Iba yo envuelto con mis pensamientos, calle abajo, en dirección al mercado, cuando se me acercan dos mujeres. Parecían abuela y nieta, la más joven yo calculo que tenía 18 años, aunque con esta gente es difícil acertar, el caso es, que ya llevaba un niño a su espalda envuelto en una especie de manta muy colorida. Chapurreando un poco de inglés, quise entender, que me invitaban a su casa situada en las montañas. Esto se pone interesante, pensaba yo, solo me faltaba saber la distancia y el tiempo, ya que tenía que hacer todo el recorrido de ida y vuelta antes de que anocheciera. Y sigiendo con nuestro mal inglés, creí entender que su casa estaba situada a unos 15 kilómetros. Calculando mentalmente eché 4 horas de ida y otras tantas de vuelta, más los imprevistos, ummm, un poco justo, pero esta vida sin hacer una locura de vez en cuando, no es vida.
Ya solo quedaba ajustar el precio, porque claro, nadie hace nada gratis y menos donde hay tanto turista. Después de un pequeño regateo, ajustamos el día en 20 euros, diez para cada una, y me invitaban a comer en su casa, o por lo menos eso creí entender. Estaba contento, sin mucho esfuerzo había encontrado una forma muy interesante de pasar el día, lejos de los circuitos turísticos, lejos de los turistas, y con un plus de aventura ya que no tenía ni idea de donde me llevaban. Además me había ahorrado 25 dólares de una tacada, que para mi aligerada cartera era una pequeña fortuna.
Salimos caminando los tres, aunque íbamos cuatro, calle abajo, hacia las afueras del pueblo, por señas me indica la abuela, que tiene que comprar unas cosas en un pequeño mercado callejero que hay a las afueras del pueblo, don´t worry, not problem. Bueno, vamos aprovechar y echar un vistazo, es un mercado típico vietnamita, de los que uno se encuentra a lo largo y ancho de Vietnam, donde se vende de todo: frutas varias conocidas y desconocidas, carnes, pescados, alimentos de todo tipo, utensilios de toda índole y todo lo que uno se pueda imaginar, son como una gran hipermercado europeo pero al aire libre. Son mercados para perderse, perderse entre los puestos, entre la gente, en el tiempo. Se pasan las horas observando frutos insospechados, pescados de película de ciencia ficción, tertulias ininteligibles. Aquí sí se vive el país, en ningún restaurante de turistas encontrarás fruta tan variada o bocados tan suculentos como en un mercado local y a unos precios tan asequibles.
Salimos del mercado hacia las afueras de Sapa, cubiertos por una niebla espesa que no deja ver más allá de veinte metros, pensando, que si la niebla no levanta voy a ver lo que vio clavijo….. Pero hay que ser positivo, es una aventura, que ni está escrita en las dichosas guías de viaje, ni se encuentra en las agencias de turismo.
Después de cinco kilómetros de carretera bacheada, esquivando motos entre la espesa niebla, motos, moteros y moteras de toda índole y pelaje; con cargas de los más variado e insospechado. Motos arrastrando árboles, motos convertidas en minibuses; donde van instalados haciendo malabares hasta cinco personas. La carretera se convierte en un circo, donde es imposible aburrirse, el tiempo pasa rápido intentando adivinar, que es lo que te falta por ver encima de una moto.
Al fin tomamos un camino, que no está asfaltado, como por arte de magia las motos desaparecen, una cierta tranquilidad nos va invadiendo poco a poco, el tufillo de los tubos de escape de las motos desaparece, reina la calma y la niebla.
El camino se va empinando por momentos, y aún con el frescor de la niebla, las dos mujeres me hacen entrar en calor hasta dejarme sin aliento. Como suben!!! y eso que van cargadas, y yo que pensaba que estaba en buena forma……….. Como ya no hay que ir pendiente de las pendejas motos, empezamos a darle al palique, sorpresa, no son abuela y nieta, solo son amigas, además viven en poblados diferentes.
No doy crédito, para ser solo amigas es increíble la solidaridad que hay entre las dos. Algo que ya palpaba por todo Vietnam, las gentes vietnamitas son un pueblo muy solidario, solidaridad que creo es debida a las continuas guerras a las que este pueblo ha sido sometido. Primero fueron los franceses, después los norteamericanos, por último también les invadieron los chinos. Muerte, destrucción y necesidad es lo que han vivido a lo largo de la historia, y ahora uno solo puede maravillarse como se han sobre puesto a tanta desgracia, como practican la solidaridad no solo con sus vecinos, también con los extraños. Después de tanto sufrimiento, uno se queda pasmado al ver como siempre te reciben con una sonrisa cálida y sincera, son gente entrañable, con la cual siempre te sientes a gusto y protegido.
La joven, la del chico a la espalda, tiene diez y ocho años, se llama Lay. Anda con una sandalias, que creo no van aguantar cuatro pasos más, me quedo maravillado viendo como hace malabarismos para mantenerlas en los píes. La mayor se llama Thay Tu, tiene cincuenta años, increíble, menos que yo, la vida no le debe haber sonreído mucho ya que le ha llenado la cara de arrugas y le ha envejecido prematuramente, pero sigue manteniendo la sonrisa, al final creo que las dos son felices, que envidia me dan, ser felices con tan poco. Va con unas botas de goma caladas hasta la rodilla, las dos visten varias capas de magníficas y coloridas telas, con delantales y pañuelos. Lay utiliza una especie de manta, para llevar a la criatura a la espalda, con el pañuelo de la cabeza también tapa al niño, está claro que tiene mucha experiencia en estas lides de llevar al niño por estos andurriales.
A los diez kilómetros de caminata, y después de ascender considerablemente, la niebla comienza a abrirse, dejando al descubierto fantásticos paisajes de montaña. Al otro lado del valle se pueden ver las montañas de Hoang Lien, y sobresaliendo de ellas, majestuoso, se puede ver el Fanispan, el pico más alto de Vietnam con sus 3143 metros. Por suerte, la niebla está metida en los valles, y al subir por encima de la niebla empiezo a ver paisajes de ensueño. Me siento feliz, otra vez más, ha merecido la pena ir a la aventura, la suerte me mira de cara, y lo que es mejor, hace ya tres o cuatro horas que ni veo a las ruidosas motos ni a los estresados turistas. Hay que disfrutar del momento, paramos en un pequeño altozano, al pie de una pequeña aldea. Veo varias chozas y una pequeña escuela, debe ser la hora del recreo, ya que los niños juegan alegremente a la puerta. Thay Tu saca del cesto tres panes y unas mandarinas, que creo nos van a servir de almuerzo, yo por mi parte aparto lo que creo que son almendras. Me echo unas risas sanas, cuando veo, que no saben cómo comerlas. Creo que nunca han comido algo parecido, las miran, las muerden, deben pensar que estos extranjeros están medio locos para comer estas cosas. Consigo una piedra y comienzo a partir las almendras, haciéndoles ver que solo se come lo de dentro. Pero cuál es mi sorpresa, cuando compruebo que nos son almendras, las miro, las remiro, hinco el diente, y oye, están buenas, pero almendras como las de los almendros de España no son.
Con la tripa un poco más alegre nos disponemos de nuevo a emprender el camino, Lay después de dar de comer un poco de pan a su hijo, lo enrolla en la colorida manta y se lo echa a la espalda con una facilidad que me deja pasmado.
Los paisajes y paisanos se van sucediendo, aquí un riachuelo, allá un buey de agua, laderas selváticas, picos pelados; gentes acarreando leña a las chozas, niños cogiendo frutos de los árboles, mujeres lavando la ropa en los riachuelos. Toda una montaña llena de vida, no olvidemos que Vietnam es un país muy poblado. Algo que me llama mucho la atención, es la cantidad de agua que hay por todos lados, y esto siendo temporada seca, que será cuando lleguen los monzones. Así después de aproximadamente cinco horas de caminata llegamos a la casa de Thay Tu, por la casa y también durante el trayecto, me doy cuenta que solo veo mujeres y niños, los hombres…………
El acceso a la casa es un auténtico barrizal, donde casi nos quedamos atascados, costaba sacar las botas del barro, por eso aquí casi todos llevan botas de goma. Lo primero que me encuentro es el corral donde guardan las cabras, después casi pegando una gran casa de madera con el tejado de uralita, con un gran porche donde dos jóvenes chicas cosen y cuidan de un niño más pequeño.
En el gran porche de la casa es donde se hace la vida, ya que el interior está casi a obscuras, en él, las dos niñas tejen y tejen sin parar al mismo tiempo que cuidan de de la criatura. Por los alrededores de la casa retozan varios cerdos vietnamitas, muy parecidos a los jabalís que andan por nuestros montes. Junto a ellos, un averío de gallinas lucha por encontrar algo de comida en los escarbados de los cerdos.
Thay Tu se dispone a cocinar, mientras Lay aprovecha para dar de mamar a la criatura, yo encuentro una pequeña silla, que más parece una sillita de niño, pero es lo que hay. A los vietnamitas les gusta sentarse cerca del suelo, ya que utilizan unas sillas que no levantan un palmo, y las mesas son similares, no sé donde pueden meter las piernas, claro que ellos son bien pequeñitos. Pensaba en el porche, mientras me quedaba maravillado viendo tejer a las niñas esos paños tan coloridos, que iba a comer yo hoy.
Me venía a la memoria, el mal rato que me tocó pasar hace muchos años, en la gran sabana venezolana, al igual que aquí no podía elegir ya que me invitó una buena gente, pero al ver el gran perolo con un líquido tirando a negro y trozos flotando, de algo que no llegué a descubrir lo que era, se me cerró el tragadero del todo, pero haciendo de tripas corazón conseguí meterme para dentro unas cuantas cucharadas con una mala sonrisa en la cara, y para no echarlo todo, ni se me ocurrió preguntar que era todo aquello que flotaba en el caldo negro.
En fin, se me iban los pensamientos cuando el porche se empezó a llenar de niños de entre 3 y 8 años. Los niños se pusieron a jugar a las canicas, increíble, casi desde mi adolescencia no había visto jugar con estas bolas de cristal, y mirando, mirando, eran de los mismos colores que las que utilizaba en mi adolescencia, poco me faltó para echar una partida con ellos…. Las niñas, están detrás de una bonita jaula hecha de madera, dentro un pájaro muy colorido espera a que las niñas le pongan comida y agua.
Andaba yo entre tanto niño, que el tiempo debió pasar rápido, ya que salió Thay Tu para indicarme que la comida estaba preparada.
Y allí sentados en una pequeña mesa, muy cerquita del suelo, nos dispusimos todos a comer, con palillos por supuesto, no había otra cosa. Y sorpresa!!!! La comida muy buena, un arroz de primera, unas verduras que estaban muy buenas pero no llegué a descubrir lo que era, los típicos fideos vietnamitas y una carne que parecía de pollo, pero por si acaso no pregunté de lo que era. Diría que hasta comí bien, para rematar la abuela sacó una botella con un líquido transparente, licor de arroz hecho por ellos de forma artesanal. Me sirve un vaso generoso y ella se sirve otros igual de generoso, coño con el licor, creo que me ha quemado hasta las tripas, parece alcohol de 60 grados aunque está bueno el jodío, y de haber ingerido algún bicho en la comida, creo que este trago lo dejó frito.
Después de beber tres vasos del susodicho alcohol de arroz, yo más estaba para una buena siesta que para cualquier otra cosa, pero estas mujeres no me daban tregua y rápidamente nos dispusimos a seguir la ruta. Había que bajar todo lo subido, hasta el valle donde se vislumbraba un bonito río. Según descendíamos íbamos entrando en una zona de bastas terrazas de arrozales, todas inundadas de agua, aunque todavía el arroz no estaba plantado. Estas montañas del norte de Vietnam son muy frías y el arroz no se planta hasta el mes de marzo, viniéndose a recoger por el mes de julio. Y todo hecho a mano, la única ayuda la consiguen de sus inseparables bueyes de agua.
Según descendíamos, por senderos cada vez más intransitables debido al agua y al barro, el número de casas y gente iba aumentando, también había más campos de arroz, y el arroz por estos lares es sinónimo de riqueza; ya se veía alguna que otra moto en los porches de las casas, que seguían siento de madera con los tejados de uralita.
Después de mucho descender y bien entrada la tarde, con las rodillas machacadas de tanto subir y bajar barrancos fangosos, llegamos a una pista por donde ya circulaban bastantes motos, ufff, hemos llegado a la civilización. Lo primero que ven mis ojos es un chiringuito al lado de la pista, hecho con cuatro tablas, será que tienen una cerveza medio fría para este sediento viajero. Ya hace tiempo que se me habían acabado las provisiones de agua potable y beber de las escorrentías, con tanto chancho haciendo sus necesidades aguas arriba me ,parecía un suicidio. Y sí, la tenían, como saboree aquella Bia Hànôi medio caliente……….
Mis dos, ya compañeras, allí mismo se despidieron, sin querer tomar nada, me regalaron dos pulseras de tejido bien colorido y nos dimos un sentido hasta pronto. No me costó mucho encontrar una moto taxi para que me llevara de vuelta a Sapa, el primero que encontré y tras un breve regateo, me dejó el trayecto de unos 15 km. por 3 dólares, pensé que era un precio justo para los dos y acepté, no sin antes decirle que todavía tenía que vivir muchos años.
La pista era preciosa, pena que a mitad de camino se hizo de noche y me perdí casi todo, pero me quedé con la copla, pensando, que al día siguiente ya sabía lo que iba hacer: alquilar una moto y perderme por esta pista que se adentraba en las montañas. Y relamiéndome ya de gozo, llegamos en un tris tras a Sapa, donde lo primero que hice fue buscar un lugar para disfrutar de un buen masaje en mis doloridas piernas. No me costó mucho encontrarlo, ya que las casas de masajes abundan más que las motos en todo Vietnam. Por cuatro dólares, empiezan lavándote los píes en agua con pétalos de flores, y acaban después de una hora haciéndote ver las estrellas y todo el firmamento, pero al día siguiente estaba como nuevo, dispuesto para alquilar una moto y llegar hasta donde pudiera.
Fotos de las montañas al norte de Vietnam.
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