Navegando el río Mekong,
Paseando por las calles de Chian Mai en Tailandia, veo un vuelo barato a Luang Prabang anunciado en un escaparate que me llama la atención. Poco lo pienso, no doy más de dos pasos cuando ya estoy de vuelta, quizá es un gancho para vender otras cosas, pero por preguntar. Entro y me dice que es cierto, un vuelo de última hora, pero sale al día siguiente. No lo pienso, le digo que si y compro el billete.
Premonición de lo que me esperaba en Laos, ya que tiene fama de ser un país tranquilo, el avión que era de Laos Airlines, llega 6 horas tarde, y menos mal que acaba llegando, ya todos pensábamos que el avión no iba a llegar nunca.
Pensando que llegaba al mediodía, no reservé ningún hotel, y el avión llega a las 11 de la noche. En las calles de Luang Prabang ya no quedan ni los perros. Consigo compartir un taxi desde el aeropuerto hasta la ciudad con una pareja alemana. Ellos ya tienen el hotel reservado, haber si hay suerte y les queda una habitación libre para mi. No hay suerte, completo, me cago en todos los de Laos Airlines, mira que llegar seis horas tarde. No me queda otra que confiar en el taxista, cosa que nunca me ha gustado, como siempre, me suelta que no hay problema, el sabe donde puedo alojarme, le miro con cara cansina y le digo que adelante.
Después de llamar varias veces a la puerta, una luz se enciende dentro, seguro que hemos levantado a alguien de la cama, una chica joven aparece somnolienta. Me dice, todavía medio dormida que le queda una habitación libre, estos taxistas van a tiro fijo. A estas horas ni se me ocurre preguntar el precio. En la habitación hace un frío polar ¿pero donde he llegado a Siberia? Me doy cuenta qué en la cama solo hay una sábana. Vuelvo a salir de la habitación y ya no veo a nadie. Me da apuro llamar, no sé que hacer. Cando debajo de la escalera veo algo que se mueve, coño, es un tío enrollado en una manta que todavía no debe de haber cogido bien el sueño. Le llamo, no sabe ni papa de inglés, por señas le dijo que necesito una manta como la que el tiene. Se debe pensar que quiero la suya, y me pone una cara de perro que le falta poco para morderme. Después ya parece que reacciona, se va a regañadientes y me trae una minúscula manta, me quedo mirando a la manta con cara de mala leche, pero el me mira con peor cara y me hace señas de que no hay más y me señala el reloj. Ya intentar hacerle comprender, que también necesito una sábana veo que es una tarea inútil y desisto.
Estoy molido después de tantas horas en el aeropuerto, así que sin pensarlo me meto en la cama vestido con toda la ropa que llevo encima, me echo la manta, quito el mosquitero del techo y también me lo echo encima. Con seguridad, los mosquitos esta noche estarán tan congelados como yo, y ale, hasta el día siguiente.
Se me olvidaba, por la gélida habitación me clavaron 30 dólares. Qué bien empiezo con esta ciudad que tiene tan buenas críticas en las guías de viaje, pensaba, mientras con la mochila al hombro me alejo de la gélida guesthouse, en busca de una nueva habitación.
Una vez instalado busco información de como ir a las cascadas de Khuang Si.
Mi primer pensamiento es e ir en bici, pero son 60 km., se me hace muy cuesta arriba, con los inconvenientes que supone circular entre camionetas y no saber el camino. Alquilar una moto, busco, y me cobran 18 euros más la gasolina, y con el frío que hace, creo que tampoco. Me voy a preguntar por las moto taxi, y me quieren cobrar 20 euros, tampoco me convence. Veo que un poco más adelante, hay un grupo de franceses que tampoco les cuadra el precio, son cuatro, yo rápidamente les digo que cuenten conmigo, necesitamos a otro para llenar la camioneta y nos lo dejan a 3 euros por cabeza. En diez minutos conseguimos que otro francés se apunte, y listo. Parece que hoy mi suerte va mejorando.
Dejaremos la moto para el día siguiente, tengo ganas de cruzar el Mecong, el otro lado me da buenas vibraciones.
!!Qué noche!! La segunda noche en Luang Prabang todavía he pasado más frío que la primera. Nada más levantarme, todavía entumecido debido al frío, me voy a buscar mantas. He conseguido dos mantas más, no estoy dispuesto a pasar más noches gélidas, con tres mantas, las noches venideras serán más llevaderas.
Busco un lugar para desayunar, necesito sacarme el frío del cuerpo. Lo primero aceptable que encuentro, es un chiringuito donde están desayunando varios laosianos, como siempre en plena calle. Intento buscar el lugar más abrigado del local, aunque al estar abierto a plena calle no me es fácil encontrarlo. Pido un café lao bien caliente, con una tortilla de tomate y cebolla, acompañado de pan recién horneado. Um, qué bueno el pan laosiano, herencia de la colonización francesa, creo que me da media vida. Con el desayuno caliente ya en mi estómago, me animo un poco. Falta me hace, ya que el frío nocturno me deja sin ganas de hacer nada.
El día anterior había pensado en alquilar una moto, pero con el frío matutino, pienso que en pocos kilómetros me quedaré congelado. Así que para entrar en calor, echo a andar en dirección al embarcadero de Vat Nong, donde un pequeño transbordador pasa continuamente a la otra orilla del río Mekong. No me cuesta mucho encontrarlo, justo al llegar empiezan a desamarrarlo, pero me da tiempo a subir. Al llegar el último, los 4 bancos contados que hay ya está ocupados y tengo que ir todo el viaje de pie, suerte que no dura más de 15 minutos. Con 5000 kips (0,50 euros) y una sonrisa llego a la otra orilla.
Increíble el cambio, pisar tierra y comprobar como es el verdadero Laos. Ya no hay asfalto, todo son pistas de tierra roja. En temporada de monzones se quedan intransitables y ahora en tiempo seco, te cubren con una nube de polvo rojo, impregnándote todo el cuerpo y a veces, haciendo difícil poder respirar. Los puestos de venta que hay a ambos lados del camino, también están cubiertos de una gruesa capa de polvo rojo.
Bueno, solo queda caminar y tratar de respirar el menor polvo posible. A los tres kilómetros encuentro el primer poblado, cuatro casas diseminadas entre palmeras y cocoteros. Niños jugando entre gallinas, gatos y perros animan las calles de tierra roja. Algunos adultos haciendo sus tareas habituales y ningún turista a la vista.
Intento sacar unas fotos y… me llevo la primera reprimenda. No me queda otra que guardar la máquina de fotos, hay que ser respetuoso con la gente. Imagino, que de vez en cuando, también por aquí, pasan las hordas de turistas con sus máquinas de fotos, y los paisanos están cansados de tanto descaro. En medio del pueblo encuentro un chiringuito hecho con cuatro tablas, será que tienen una cerveza Berlao fresquita, el camino polvoriento me ha dejado el gaznate seco, y a estas horas del mediodía hay un sol de justicia.
NAVEGANDO EL MEKONG. Sábado, último día en Luang Prabang antes de volver a Tailandia.
Lo que iba a ser un tranquilo viaje en barco hasta las cuevas de Pha Khaung, 40 kilómetros aguas arriba de Luang Prabang, se ha convertido en un excitante viaje, por no decir arriesgado viaje. Pero vamos por partes.
Todo a empezado esta mañana, que por pereza más que por otra cosa, me he levantado a las 7:30 de la mañana. Pero se supone que las vacaciones son para descansar, ¿no?
En fin, entre buscar un lugar para desayunar, el del día anterior había desaparecido y mira que lo he buscado…… y el trayecto hasta el embarcadero, se han hecho las 8:30. Al llegar, ya todos los barcos de turistas se habían marchado.
Preguntar por aquí, preguntar por allá, encuentro un barquero que anda a la caza de los turistas rezagados, como yo. Y claro, en estas cosas que ya se salen de lo habitual, te quieren cobrar lo impensable. Me habla de las virtudes de su bote, que es muy rápido, lo de siempre pensaba yo, para querer cobrar más de lo habitual. En fin, le digo con buenas palabras, que me parece muy bien que el bote sea muy rápido, pero que busque a más gente para bajar el precio, que me parece muy caro, y como no tengo prisa no me importa esperar. Después de 15 minutos, que para Laos no es nada, me viene con dos jóvenes chinos y me baja el precio a 125.000 kips, le digo que adelante.
Bajando hacia el embarcadero, el paisano va contándonos las bondades de su bote, que íbamos a salir los últimos pero llegaríamos de los primeros. Yo voy pensando que el tío es un exagerado, los otros botes habían salido hace más de una hora, como para cogerlos.
Al ver la barca casi me da la risa, un poco más estrecha, pero parecida a la mayoría. Un poco más rápida pensaba yo. Salimos del embarcadero, dos chinos, el barquero Lao y un servidor. Navegando río arriba pasamos algún que otro barco, bueno algo más rápida sí es, pero no tanto como el alardeaba.
No hacemos ni 15 minutos de trayecto, cuando para mi sorpresa, se acerca a la orilla y atraca al lado de lo que parece una canoa, de menos de un metro de ancho, con un gran motor fuera borda al final, que abulta tanto como la canoa. Y nos dice el paisano con una sonrisa de oreja a oreja que esta es su lancha rápida. En un primer momento pienso en no subir, no veo claro que esta “cosa” sea muy segura, además de un vistazo compruebo que por no tener, no tiene ni salvavidas. Después de un momento de duda, donde los chinos y el paisano se quedan mirándome, para ver que decido, pienso, qué narices, la vida sin emoción no es vida. Más vale dejar el pellejo en el Mekong, que no en un geriátrico español.
Los chinos que vacilaron menos, se colocaron detrás y yo, qué remedio, delante. En unos segundos me acomodo aseguro bien las pocas cosas que llevo, y cuando oigo rugir el motor, ya pienso que el viaje va a ser muy emocionante. La lancha sale con un brío, que hasta mis pensamientos se quedan atrás. Aquí estoy yo, volando sobre las aguas del gran río de Asia, ya no hay forma de bajarse, no queda otra que apretar los dientes y agarrarse con todas las fuerzas, a los laterales de la lancha.
En los primeros momentos pienso que este si es mi último viaje, la lancha vuela sobre el agua a una velocidad inimaginable. Y en efecto, a los pocos kilómetros empezamos a pasar a los barcos de turistas, que parecen estar varados en el río. Hasta los turistas de los barcos ponen cara de asombro, al vernos pasar a una velocidad de vértigo.
Y los primeros kilómetros no son nada, comparado con lo que se avecina. Desde lejos, diviso como unas agujas que emergen sobre el río, y entre ellas se ve serpentear el agua con un poderío sobrenatural; y yo que pensaba que este río era tranquilo como sus pobladores.
Qué subidón de adrenalina, intento hacer señales al jodido laosiano que maneja el motor fuera borda de la lancha, pero me es imposible. No me queda otra que agarrarme con todas las fuerzas que me quedan a los laterales de la lancha, para no salir disparado de los saltos que pegaba sobre las espumeantes aguas. Me encomiendo a todos los dioses del Mekong, para que la lancha no se parta por la mitad, aunque no sé de que tengo más miedo, si de que se parta la lancha o se quiebren mis costillas. O, en uno de esos botes malditos, salga disparado y valla a dar con mis maltrechos huesos, contra uno de los guijarros que emergen del río.
Pasados los rápidos consigo echar una mirada al laosiano, que agarrado al mando del fuera borda, lo hace rugir sin descanso, para pesar de mis costillas. En ese momento, si hubiera podido, lo habría tirado por la borda, he debido de dar con el único laosiano que le gusta la velocidad.
Al final llegamos al destino, la famosa cueva de Pha Khaung, que se abre hermosa en una gran muralla de roca caliza, que emerge majestuosa del río Mekong ,y a la que solo se puede acceder llegando en barca.
Al bajar de la lancha todavía me tiemblan las piernas, y las manos me duelen, del esfuerzo hecho al sujetarme para no salir despedido.
Los dos jóvenes chinos, tan felices, se bajan de la lancha como si nada y esto me hace pensar, que lo mismo ya estoy pasado de años para estas aventuras. El jodido laosiano, con su sonrisa, no sabe decir otra cosa que: gut, gut, (bueno). Creo que no se me nota la mala leche que llevo encima, y con serenidad, le intento convencer de que yo quiero ir más despacio y no más rápido. Pero esta visto que va a su bola, solo espero, que la bajada, al no ser contra corriente, sea más llevadera.
Y en verdad, la vuelta está siendo más suave, al final creo que le voy cogiendo gusto a la velocidad y a la superioridad que te da, ver que todos se quedan atrás.
Al llegar a Luang Prabang, en un chiringuito colgado sobre el río Mecong, mientras como, escribo cuatro cosas del viaje, todavía en caliente, para no olvidar.
Creo que la adrenalina ya está bajando en mi sangre, solo me queda volver a pasar el río, para hacer una ofrenda a los dioses del Mekong. Regalaré mis botas al más pobre que vea, creo que ya no me harán falta, mañana salgo en avión, mi nuevo destino Bangkok.
La vida es agradecida, los dioses siguen conmigo.
En Hortigüela, primeros de marzo de 2014.
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