Abeja manipulando propóleo con las patas delanteras y la mándibula. © mielarlanza.com
Principalmente, las abejas pecoreadoras recogen propóleo, cuando no tienen miel o polen a su disposición en el campo. También hay una época de máxima recolección que es en otoño, cuando se acercan los primeros fríos, emplean los días templados en acarrear a la colmena grandes cantidades.
Cuando la abeja encuentra el propóleo en una yema de árbol, trata de desprenderlo valiéndose de sus mandíbulas y con ayuda de su primer par de patas. Esta labor es bastante dura, pero la secreción de las glándulas mandibulares (ácido 10-hidroxi-2-decenoico) permite el ablandamiento del propóleo. Luego la abeja tritura con sus mandíbulas el pedazo arrancado y, utilizando una de las patas del segundo par, lo transfiere a la cestilla de la pata posterior del mismo lado; esta operación puede realizarla estando aún sobre la yema o en pleno vuelo. A continuación llena la cestilla de la otra pata.
Para llenar los dos cestillos, la abeja empleará de 30 a 60 minutos, dependiendo de la temperatura ambiente. Si el día es caluroso, la abeja podrá manipular mucho más rápido las resinas balsámicas.
Cuando la abeja completa su carga o ya no tiene fuerzas para seguir recogiendo, vuelve a la colmena en un vuelo directo e inmediatamente se dirige al lugar donde va a ser utilizado; quedando a la espera de que otras abejas le ayuden a desprenderse de la carga. Las obreras propolizadoras, van cogiendo el propóleo de los cestos de la obrera pecoreadora, lo amasan con cera y secreciones propias colocándolo en el lugar elegido. El proceso de descarga puede durar entre una y varias horas, dependiendo de las necesidades en la colmena.
Una colonia de abejas puede recoger anualmente entre 100 y 400 gr. de propóleo, dependiendo de sus necesidades, de la raza de abejas y de las condiciones climáticas del año. Lo recolectan principalmente de las sabinas, pinos, álamos, castaños, abedules, enebros, robres, alisos, avellanos, encinas, etc.